Para
el viajero que por primera vez se adentra en las austeras tierras del norte, lo
primero que percibe es el intenso aroma de la tierra mojada, el límpido azul cerúleo de su cielo y las
esponjosas nubes que lo navegan. Los bosques de abetos se alternan con los hercúleos robles a ambos
lados de la carretera, que sin avisar se tuerce, desvelando acantilados
salvajes pulidos lentamente por la lluvia, el viento y el oleaje. Más allá, se
perfila un litoral más suave que anuncia las largas playas; grandes extensiones
de arena lamida por las mareas, y a veces entrecortada por encrespados riscos y
puertos de una belleza serena y melancólica.
El
carruaje traqueteaba atravesando aquel bello paisaje. En su interior, Melissa
sin embargo no lo percibía; protegida bajo su gruesa capa de la fría humedad de
aquella temprana hora, iba sumida en sus pensamientos, en la angustia creciente
a lo desconocido y a la incertidumbre que le provocaba la nueva etapa de su
vida que estaba a punto de comenzar. Sus recuerdos se agolpaban insidiosos en
su mente, y aunque quisiera evitarlo, allí seguían inamovibles y hostigadores.
Sin embargo desde hacia un tiempo iba soportando mejor aquel acoso, el dolor se
mitigaba poco a poco, si bien sabía que jamás desaparecería del todo.
Los
años pasados en el asilo para dementes de “Le Vinatier” y posterior
convalecencia en casa de su hermano, la habían convertido en una mujer que ya
no podía amar ni odiar a nadie. Era totalmente insensible al sufrimiento ajeno,
y en los últimos tiempos casi había olvidado el suyo propio, tan arraigado estaba en su corazón y en su
razón. Durante los últimos tres años la
felicidad había huido de su vida; la cual había organizado alrededor de
pequeñas culpas y reproches, de sentimientos contradictorios, y atribuyéndose resignadamente
la tragedia que había arruinado la vida a tantas personas. Había pasado tanto
tiempo en soledad y enclaustrada en su mundo, que no podía mirar el sol de
frente sin pestañear. Perdida la capacidad de amar y de relacionarse con sus
semejantes, caía frecuentemente en el retraimiento y en la incapacidad de
encontrar palabras para expresarse, cuando por deber a las normas sociales tenía
que hablar con cualquier persona. Había convertido el silencio en su refugio.
Por
eso había aceptado sin pensar, el trabajo que le ofrecieron en casa de los
Lioncourt; una antigua y rancia familia del norte de Bretaña. Su trabajo seria
ocuparse de Amélie, la hija sordomuda del Barón de Lioncourt; una joven de
catorce años a quien daría clases de piano al tiempo que seria su dama de
compañía. Lo cual implicaba no tener que hablar demasiado y tampoco tener que
escuchar parloteos innecesarios.
Aun no entendía como con su historial le
habían dado el trabajo, pero había que reconocer que los contactos de su
hermano, se alargaban como tentáculos a través de todo el país.
Melissa
apoyó la cabeza en el ventanuco del carruaje, el sol empezaba a despejar la niebla
y agradeció su agradable caricia. Sonrió al acordarse de un poema que le
escribió Jacques y cerró los ojos para recordarle. Sin embargo no pudo ver su
rostro, y le horrorizó el pensar que algún día pudiera olvidarse de él por
completo; dejar de oír su voz, de percibir su olor prendido en su piel, de
sentirle… Cuan difícil era olvidarse de
aquel joven poeta entusiasta, algo tímido, sensible y refinado. Un amante
atento y sensual en cuyos brazos descubrió el placer que nunca había conocido. La liberó de prejuicios y temores, y la
convirtió en la mujer que nunca había sido. Porque con Guy de Blanchard — su
marido— era todo muy diferente, ni siquiera se desnudaba completamente cuando tenía
que intimar con ella, y cumplía simplemente como era su deber. Criado en una
familia de férreos valores morales y religiosos, había crecido encerrado en si
mismo e incapaz de exteriorizar cualquier emoción. Era un hombre tristemente
reprimido. A Melissa la obligaron a casarse con Guy de Blanchard por razones
familiares, y aunque sabia que al final él había llegado a quererla, ella jamás
seria capaz de amarle.
A
Jacques le conoció en una fiesta en casa de su hermano…era su mejor amigo.
Cuando los presentaron, una reacción química les sacudió, fue como si una tormenta
estallara sobre ellos. Se enamoraron al instante. A partir de aquella noche no
paró de mandarle notas insistiendo en una cita. Ella al principio lo rehusaba,
se sentía incluso ofendida pues parecía no respetar el hecho de que fuese una
mujer casada. Pero al final, inevitablemente
se rindió y se lanzó a sus brazos sin pensar… feliz.
El
romance duró unos meses, los más intensos de su vida. Solían verse en el
antiguo molino que había junto al rio, la zona preferida de su marido para ir a
cazar, pero ella no lo sabía. Allí
pasaban tardes enteras amándose y leyendo poesía, y en una de esas tardes, Guy
entro en el molino refugiándose de la lluvia y allí los encontró. Jamás
olvidaría su rostro; palideció de repente pero no dio muestras de ira o dolor,
su rostro permaneció impávido, a ella ni la miró. Cabía esperar que allí mismo
se desencadenara una tragedia, pero lo único que hizo fue retar a Jacques a un
duelo.
La
mañana del mismo, Melissa no paraba de dar vueltas por el salón retorciéndose las manos, y al borde del
colapso nervioso esperando noticias. Cuando por fin entro la sirvienta, cogió
con manos temblorosas la nota que le entregó, y antes de perder el sentido pudo
leer: “Jacques ya no existe”.
A
partir de aquel día Guy le asignó un dormitorio para ella sola, no volvió a
dirigirle la palaba, la ignoró por completo como si nunca hubiera existido.
Melissa atormentada por el dolor de la perdida, la culpa, y el rechazo de todos,
acabó enfermando y al final perdió la razón. Su hermano fue el único que se
apiadó de ella; la internó en el sanatorio, y el único también que se mantuvo a
su lado durante el largo periodo de
convalecencia.
Un
movimiento brusco del carruaje la sacó de su ensimismamiento y sacó la cabeza
por la ventana. Ante ella se alzaba la magnifica mansión de los Lioncourt. En
la escalinata de entrada la esperaban dos sirvientas que recogieron su equipaje
rápidamente, y el ama de llaves, una mujer enjuta de piel grisácea y aspecto
severo. Iba pulcramente vestida de negro y el pelo recogido impecablemente en
un moño, pero algo en ella rezumaba un cierto desaseo que no pudo precisar.
—Bienvenida
señorita…
—Grosvenor,
Melissa Grosvenor. —Contesto Melissa un tanto incomoda.
—Espero
que haya tenido un buen viaje señorita Grosvenor.
—En
realidad soy señora… el viaje ha ido bien a pesar del frio. Gracias señora…
—Melissa se dio cuenta que sus contestaciones eran un poco ásperas, tendría que
aprender a controlar su aversión a mantener una conversación por simple que
fuera, y a mostrarse algo más agradable.
—Puede
llamarme señora Moreau. —contesto la inquietante mujer. —Y ahora si me
acompaña…
Se
dio la vuelta y subió la escalera con estudiada e inusitada calma, mientras Melissa
la seguía al interior de la casa.
La
condujo hasta su habitación en el segundo piso donde su equipaje ya la
aguardaba Era una habitación sencilla
pero muy acogedora.
—El
almuerzo es las doce en punto. El comedor esta a la izquierda del vestíbulo que
hemos cruzado. Mañana le enseñaré la casa más detalladamente. La cena es a las
siete en punto y el señor no la recibirá hasta entonces. —Recitó la señora
Moreau como un autómata.
—
¡Oh! Bien… entonces veré a la señorita Amélie. —Contestó Melissa sorprendida.
—La
verá también en la cena, esta mañana se encuentra algo indispuesta. Si quiere
puede dar una vuelta por la casa y por el jardín. Si me necesita, solo tiene
que hacer sonar cualquier campanilla de las que están repartidas por la casa.
—Con una leve inclinación de cabeza se retiró con gesto soberbio.
.
Al
quedarse sola, Melissa decidió cambiarse la ropa de viaje por algo más cómodo.
Se puso un grueso vestido de lana que poco tenia de elegante o atractivo, pero
el frio y la humedad de aquel lugar la estaban matando. A continuación, bajo la
amplia escalera de mármol blanco con la intención de salir al jardín, parecía
que el sol brillaba y necesitaba su calor. Pero una vez en el vestíbulo y asombrada por la opulencia que la rodeaba, decidió
fisgar un poco. En el lado opuesto de donde se hallaba el comedor, había una
puerta entreabierta por la que se filtraba una tenue luz. Era la biblioteca;
una habitación inmensa con estanterías que acariciaban el techo. Se accedía a
las más altas por un sistema de escaleras y pasarelas ingeniosamente combinadas,
que recorrían el frontal de las mismas,
a lo largo de toda la habitación. No había ventanas, las paredes habían sido
aprovechadas al máximo y la única luz provenía de un quinqué, que alumbraba
tímidamente desde un escritorio en el centro de la habitación. El mobiliario
era escaso. Además de dicho escritorio, sólo había un par de butacones, una
mesita de te y una mullida alfombra oriental. Pero en la pared norte se había
dejado un pequeño hueco; sobre la chimenea, un cuadro parecía presidir aquel templo
a la sabiduría. Melissa se acercó para contemplarlo de cerca; se trataba del
retrato de un hombre joven, guapo, de rasgos cincelados, varoniles pero sin
rudeza. No así sus ojos, que eran negros pozos de melancolía. De la imagen
brotaba un aura de tristeza y soledad que inmediatamente le recordaron a
Jacques, quizás eran sus ojos, que también fueron tan negros.
—Señora
Blanchard, el almuerzo está servido. —la voz de la señora Moreau pareció
retumbar en aquel silencio y Melissa dio un respingo. Se dio cuenta sorprendida
que había perdido la noción del tiempo.
La
siguió hasta el comedor.
—Señora
Moreau, ¿Quién es el joven del cuadro?
—
¿Qué cuadro?
—El
de la biblioteca… sobre la chimenea. –—Contesto Melissa extrañada por la
respuesta.
—No
estoy autorizada para contestarle señora Blanchard, el señor contestará a todas
sus preguntas esta noche.
—Puede
llamarme Melissa…
—No
tengo con usted la suficiente confianza, y además el señor no me ha dado aun
instrucciones, ni me ha confirmado que vaya usted a quedarse.
Melissa
empezaba a estar harta del envaramiento de aquella mujer, ni siquiera un
intento de sonrisa se había asomado a su rostro pétreo desde su llegada.
La
suntuosidad del comedor la dejó perpleja, aquella estancia podía albergar
fácilmente a más de cien comensales, y era desolador ver la mesa preparada sólo
para ella.
—
¿Voy a comer sola?
—Hoy
si. A partir de mañana, si sigue aquí, podrá hacerlo con la señorita Amélie.
—Se retiró sin más explicaciones, como ya era habitual.
A
Melissa se le evaporó el apetito de repente. No por tener que almorzar sola,
estaba acostumbrada a la soledad y se sentía a gusto con ella. No, no era eso…
era lo extraño de la situación; parecía no haber nadie en la casa, el barón de
Lioncourt estaba informado de su llegada esta mañana, y sin embargo no la
recibiría hasta la tarde, parecía que hasta la hora de la cena todo el mundo
estaba escondido, y luego estaba la orgullosa señora Moreau que la ponía muy
nerviosa.
Decidió
salir al jardín a tomar el aire; era
fresco, pero estaban a finales de Mayo y el sol empezaba a calentar lo
suficiente como para hacer agradable un paseo por aquel jardín sumamente
cuidado y rebosante de flores multicolores. Cerró los ojos y aspiro su aroma
mientras la tibieza del sol acariciaba su rostro. En aquel momento se sintió bien,
mejor de lo que se había sentido en mucho tiempo.
—Buenas
tardes…
Melissa
dio un brinco.
—Lo
siento, me temo que la he asustado… me llamo Marcel Neville soy el profesor de
la señorita Amélie. —se disculpó tendiéndole la mano.
Durante
unos segundos Melissa fue incapaz de articular palabra. Tenía frente a ella a
un hombre terriblemente atractivo y elegante; era alto y de piel atezada, su
cabello era negro y la longitud del mismo rebasaba lo que las costumbres
dictaban. Desde su considerable altura, y bajo unas altas y pobladas cejas, la
miraban unos ojos del color del mar profundo que suavizaban los rasgos de su
viril rostro, en el que brillaba una cautivadora sonrisa.
Melissa
recuperando el aplomo también tendió la mano al apuesto desconocido.
—Me
llamo Melissa Blanchard…
17 Comentários:
Genial, te ha quedado súper, tu estilo es misterioso... Me encanta. :D
Gracias!! cuanto me alegro :D
Me ha gustado mucho el comienzo de esta historia. Escribes de una forma muy intrigante!!
Muchas gracias Raquel!
Mummm... dan ganas de saber más, ¿qué sigue? ¿quién será el hombre del cuadro, cómo es Amélie?
AHHHH porque son todas las propuestas tan buenas??
Está muy bien, Mercedes. Un besaso.
Gracias Aurora! He querido dejar dos o tres puertas abiertas. :)
Me encantó; Mercedes, como todo lo que escribes :)
Muchas gracias Karen, eres un encanto. Sabes que también me gusta lo que tu escribes :)
Vaya por Dios, una propuesta magnífica al igual que el resto, no sé si me decidiré por alguna la verdad jejeje pero me encantan y está genial cómo has descrito todo, impresionadita me has dejado :D un besito!!
Muchas gracias Barbara! Un beso también para ti :D
Me gusta mucho la forma de que tienes de escribir, el misterio en cada párrafo. el comienzo es muy bueno abierto a muchas cosas como has dicho. La enamoramos del profesor, la enamoramos del señor de la casa...Ummm...
No voy a borrar otro comentario porque mi teclado esta haciendo lo que le da la gana. así que perdonar las faltas, las palabras dobles, y las que no corresponden, jajajaj
Muchas gracias por tus palabras, Dolores! Y no te preocupes, que yo no vi ninguna falta ;)
Un buen capítulo. Me gusta mucho el estilo. Me recuerda a las novelas victorianas que he estado leyendo en los últimos meses.
Me parece muy interesante.
Gracias Martin y Mimi :)
Un capítulo que te deja haaaaa... genial, me encanta!!!
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