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Capítulo 1. Karen





Llovía torrencialmente. Vivian no podía haber escogido un mejor día para ir a la casa de su abuela, se dijo, mirando las calles inundadas. Su hermano le había telefoneado para que recogiera las últimas cosas del sótano. ¿Acaso no podía hacerlo él? ¿Y tenía que ser ya?

Julian le había dicho que se llevara todo lo que quedaba. Estaba ocupado. No podía ir él. Tenía que hacerlo ella. Ya no podían esperar más. Habían encontrado un comprador para la casa y estaba ansioso por adquirirla.

Con un suspiro, la muchacha bajó del carruaje y dirigió su mirada a la enorme casa victoriana en la que había nacido. Lucía tan diferente desde el fallecimiento de su abuela, que difícilmente podría reconocerla como su hogar. La pintura se había descascarado y muchos de los vidrios de las ventanas habían desaparecido. Era una casa de tres pisos magnífica. Sin embargo, parecía muerta.

 Es espeluznante susurró, metiendo la llave en la cerradura.

La puerta se abrió con un crujido.

Su hermano y ella habían sido muy felices en esa casa durante su niñez. Pero esos tiempos habían quedado atrás. Muy, muy atrás. Ahora, era un edificio vacío y sin corazón.

Sus pasos resonaron haciendo eco en la tétrica casa, y provocándole escalofríos. A través de los enormes vitrales, se colaba un poco de luz del exterior. Pero no la suficiente para iluminar su camino.

No tengo miedo… No tengo miedo… se repetía, buscando una lámpara en medio de la penumbra.

Un sonido en la cocina la hizo detenerse.
 ¿Qué fue eso?

¿Y si se había metido alguien? ¿Un ladrón, tal vez? ¿O un asesino?

Vivian se quitó las botas para no hacer ruido y tomó un atizador de la chimenea, que sostuvo en alto mientras caminaba a tientas en la oscuridad. Ni siquiera se atrevió a respirar por temor a ser descubierta. Quizás, Julian había olvidado cerrar la puerta trasera con llave la última vez que visitó la casa. Aunque él era un chico muy responsable. Tenía que ser un lagrón. O… quizás… un ¿fantasma?

El sonido de una olla al golpear contra el suelo la hizo pegar un salto. Definitivamente, allí había alguien.

Su corazón latía muy rápido. Tenía ganas de salir corriendo y regresar otro día. Un día de sol en el que hubiera luz. Pero no se echaría atrás. ¿Para que luego él se riera en su cara y la llamase cobarde? No, señor. Vivian McGregor no era ninguna miedosa. Aunque… le hubiese gustado ir acompañada. Si le hubiera preguntado, probablemente el mejor amigo de su hermano hubiera ido con ella. Sin embargo, no había querido arriesgarse a quedarse a solas con él. Por más caballeroso que fuera.

La muchacha suspiró. Su abuela hubiera sido la mejor compañía para esa ocasión. Pero ya no estaba. Era extraño ir a su casa y no sentir su cálida presencia. Ya había pasado más de un año desde su partida y no se acostumbraba. Nunca lo haría. La extrañaría cada día de su vida.

¿Qué tal si era su espíritu el que vagaba por ahí?

Se asomó por la puerta y vio la olla. Una sombra se movía de manera silenciosa a través del cuarto vacío.
 La joven cerró los ojos y se infundió fuerzas. Fuese quien fuese, lo sorprendería y obligaría a marcharse.

Eres una mujer fuerte con un atizador de hierro en la mano pensó.

Con un grito saliéndole de las entrañas, saltó en medio de la cocina dispuesta a todo. Nadie la iba a amedrentar. Ni hombre, ni fantasma.

Miauuuu.

¿Un gato?

Un gato negro se hallaba contemplándola desde la encimera. Sus enormes ojos verdes relucían como gemas. La ventana se hallaba ligeramente abierta. Debió haberse colado por ahí para guarecerse de la lluvia.

Vivian pudo respirar, al fin, y bajar el arma. El brazo comenzaba a dolerle debido a la tensión. Se aproximó al animal y éste se frotó contra su falda.

No sabes el susto que me diste, gato.

Miauuuu.

—¿Tienes hambre? –Acarició la cabeza del animal, que se quedó muy quieto observando cada uno de sus movimientos—. Lo siento. No tengo nada. Quizás en otra ocasión. Además, mi hermano se ha llevado todo… ¿Por qué no vas a cazar algún ratón?
  
Encendió una lámpara y se dirigió al sótano. El gato la siguió; claro, no tenía nada mejor qué hacer. A ella le agradó tener compañía, aunque no fuera humana. La hacía sentir menos sola en la inmensidad de la casa.

La última vez que había bajado allí había sido a los once años. Ella y su amigo Christopher, un chico que su abuela había recogido de la calle, se habían escondido durante una noche, con el fin de  jugarle una broma a la anciana. Se suponía que no debían bajar. Se los había dejado claro. Sin embargo, era el único modo de sacarse de encima al molesto de Julian, quien insistía en que fueran a cazar pájaros. Era bastante salvaje por aquel entonces.

Había sido ella quien propuso ocultarse en el lugar prohibido. No su amigo. ¿Qué habría sido de él?

—No sé si sea una buena idea… —dijo Christopher.

¿Le tienes miedo a la oscuridad?

Claro que no. Es solo que… Evelyn  no me deja bajar. Ni a ti tampoco. Deberíamos hacerle caso.

Por eso el tonto de mi hermano no nos encontrará... no quiere que ella lo regañe.  

De acuerdo accedió el chico. ¿Qué puede pasar?

Se escondieron detrás de una caja de madera y se quedaron profundamente dormidos.

Aparecieron al día siguiente. Su abuela había pasado toda la noche preocupada, buscándolos. Incluso había llamado a la policía por la desaparición de su nieta. Luego de ese día, la abuela envió a Vivian y a su hermano de vuelta a casa con sus padres, y jamás volvió a saber de Christopher.

Las palabras de su abuela todavía resonaban, con fuerza, dentro de su cabeza:

Nunca volverás a ver a ese chico. Es una mala influencia para ti, jovencita. ¿Has entendido?

Quiso explicarle a la anciana que ella había sido la de la idea, pero se negó a escucharla. Las buenas niñas como ella no hacían esas cosas. Él debía haberla convencido de que la desobedeciera.

¿Qué había en ese mugroso sótano para que ella no los dejase entrar? Se preguntaba la muchacha, años después. ¿Qué podía haber allí tan importante, como para reaccionar de manera tan drástica ante una inocente travesura?

Estaba a punto de descubrirlo.

Abrió la puerta y se quedó contemplando el desastre con la boca abierta. Se sentía frente a un laberinto del que sería imposible salir si se adentraba. Un laberinto… de basura. Había cajas por todas partes. Cajas grandes, medianas y pequeñas, apiladas unas encima de las otras. Cajas con libros, con juguetes viejos y con otras cajas dentro… ¿Para qué una anciana guardaría tantas? Cuando era niña el sótano era un cuarto limpio y prolijo. Nada de cajas. Solo había una, de madera, en un rincón. En su interior estaría lo que buscaba. Esperaba encontrarla.  

Se dirigió a donde la había visto por última vez, con la esperanza de hallar algo de valor que pudiera llevarse. Un recuerdo o algo así. Tiraría el resto o lo donaría a la caridad. Se detuvo a mitad de camino para recuperar el aliento. Era difícil hacer un camino por le cual transitar. ¡Con razón su hermano se había negado a acompañarla! No tenía ganas de ponerse a limpiar.

El gato salió de la nada y enredándose entre sus piernas, la hizo caer contra una pila de cajas que había amontonadas hasta el techo, y que se le cayeron encima con un gran estruendo. De no haber rodado hacia un costado, hubiera sido sepultada.

¡Casi muero aplastada por tu culpa, gato! exclamó, al verlo salir corriendo escaleras arriba. Claro, ahora me abandonas.

El animal se quedó en la puerta, y no le quitó los ojos de encima.

Vivian se levantó, con un bufido, y se sacudió el polvo del vestido. Afortunadamente había dejado la lámpara apoyada en un escalón. O, de lo contrario, podía haberse provocado un incendio. Ese lugar era muy peligroso.

Si su hermano suponía que ella se desharía de todo eso, estaba muy equivocado. Se movió entre los objetos como pudo, corriéndolos a patadas para no ensuciarse las manos. Su ropa había quedado negra por haberse tirado al suelo. Y su pelo… mejor no tocar el tema. De seguro, parecía un nido de pájaros.

Una rata salió de entre la basura y se escabulló rápidamente por las escaleras.

—¡Oye, haz tu trabajo! —le gritó al gato, que no se preocupó por perseguirla. Parecía estar interesado, únicamente, en contemplar a la joven de dorados bucles que le llamaba tanto la atención.

¡Aquí está! ¡La encontré! exclamó, llena de alegría, después de media hora.

Se trataba de una caja de madera tallada, cerrada con un gran candado que estaba dispuesta a abrir como fuera. Si bien, por su tamaño, la caja resultaba difícil de transportar, se las arregló para arrastrarla hacia arriba. No era tan pesada como había imaginado.

En cuanto estuvo en la cocina, Vivian tomó una de las horquillas de su cabello y se dedicó a la tarea de abrirla. Su grito de alegría al escuchar un click asustó al felino que se había acercado a curiosear. Sin embargo este no se alejó. Permaneció a su lado en todo momento.

La muchacha se frotó las manos y se preparó para descubrir el secreto que, tan celosamente, había guardado su querida abuela.

Veamos qué hay dentro, gato dijo, abriendo la tapa.  

 De su interior, sacó una nota que decía:

“Querida Vivian:
  Este es mi regalo para tí. Por favor,
  úsalo con extremo cuidado. ”

 En el fondo de la caja había un viejo libro forrado en piel. La joven lo tomó entre las manos y leyó:

Libro de las sombras.

El gato, entonces, le saltó encima y le mordió un dedo.

¡Qué haces! Lo espantó. Se limpió la sangre con el vestido (ya estaba hecho un asco, así que ¿qué más daba?) y abrió el códice. Se detuvo en una página que parecía dar una receta de cocina. ¿Qué clase de comida llevaba ojos de sapo?

¿Qué clase de libro es este? se preguntó, al encontrar una página cuyo título era Cómo crear al hombre ideal.

Es un libro de hechizos respondió una voz masculina, tomándola por sorpresa. 

Vivian se volteó y descubrió de pie, detrás de ella, a un hombre de cabello negro y ojos de un verde reluciente, que le sonreía de manera encantadora. Tu abuela, mi querida Vivian, era una bruja.

¿Una qué? ¿Es una broma? ¿Y q… quién es usted? ¿Cómo se metió a la casa?

—Vivo aquí. Él se le aproximó con lentitud y acarició uno de esos bucles que tanto le habían gustado. Ella se echó hacia atrás, con desconfianza. ¿No me reconoces? Soy yo. Tu amigo... Christopher.  



9 Comentários:

Mercedes Palmer dijo...

Muy bueno Karen :)

Bárbara dijo...

Por todos los santos Karen, me has dejado intrigadísima, me ha gustado mucho de verdad :D un besito!!

Unknown dijo...

Guauuu Karen, no tengo palabras, lo único que estoy deseando es saber que pasaría después... Guauuu y requeteguauuu.
Me ha gustado muchisimo. Jo que difícil está esto de elegir, me quedaba con todas las propuestas... me hacen volar la imaginación de continuarlas, la propuesta tuya es también muy interesante. Un besaso enorme.

Raquel Campos dijo...

Menudo capítulo Karen, me ha gustado mucho y me has dejado muy intrigada!!!
Es una propuesta muy interesante!!!
Un beso!!

Unknown dijo...

La idea original era otra, pero los personajes, al fin, hicieron lo que quisieron... Me alegra que les haya gustado!
Gracias por sus comentarios, chicas :)

ÁNGEL V. dijo...

Sin palabras... *o*
Una historia trepidante desde el principio hasta el final. Magistral en los detalles, con las sensaciones de tu personajes...
Por dios... un gato negro de ojos verdes, mi minimo... Ydespues ese hombre de cabellos negros y ojos verdes!!!
Muchas posibilidades...

Unknown dijo...

Muchas gracias, Regla :D

Me parece que elegir un capítulo no nos va a resultar tan fácil... je je

Unknown dijo...

Muy bonito, qué intriga *O* Besos!

Mimi Romanz dijo...

¡Me encantó, Karen! La magia me puede.

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